CAPÍTULO II
UNA BONITA CABAÑA
Casi no pudo dormir en toda la noche.
No era porque la tormenta le molestara, ya
estaba acostumbrado, pero no dejaba de darle vueltas a la cabeza pensando en el
hallazgo de aquella tarde. Había dejado la mochila bajo la cama, y lo poco que
pudo dormir no hacía más que soñar que alguien se la quitaba.
Cuando abrió los ojos pensó que todo había sido
un sueño. No era así, pues asomó la cabeza bajo la cama y allí estaba su
mochila, y dentro, el cofre con todo lo demás.
Abrió la ventana, hacía una hermosa mañana. La
tormenta de la noche anterior brillaba por su ausencia. Se alegró de que así
fuera, pues quería terminar rápido las tareas que debía hacer para ayudar a su
padre y correr al bosque a buscar la cabaña.
Como ya le habían dado las vacaciones, tendría
toda la tarde para él solito.
A sus padres no les extrañaría que fuera a dar
un largo paseo por los alrededores, ya estaban acostumbrados a ello.
Cuando terminó su trabajo con los animales,
subió a darse una buena ducha, se puso ropa cómoda y, cogiendo la mochila se
dispuso a emprender su aventura.
- Mamá - dijo el muchacho. Volveré a la hora de
cenar, voy a dar un paseo.
- Bien, hijo, pero ten cuidado.
Las palabras de siempre, pero hoy también le
sonaban distintas; ¿por qué?
Cuando pensó que ya estaba lo suficientemente
alejado de la casa como para que no le vieran, se sentó en un tronco y abrió el
mapa.
La cabaña no parecía estar muy lejos de donde
él se encontraba, lo cual le alegró mucho, así no faltaría a su promesa de
estar de vuelta a la hora de la cena.
Echó a andar contemplando cada árbol, cada
matojo y flor que había en su camino. La verdad era que el bosque le parecía
más bonito que de costumbre. Era como si lo viera por primera vez.
Siguió todas las indicaciones del mapa y no
tardó en llegar a una pequeña rotonda oculta tras el follaje. Se quedó
maravillado, ¡aquello era precioso! Todo parecía irreal, como salido de un
cuento.
Justo enfrente de donde él se encontraba había
una pequeña cascada que caía a una
laguna de aguas transparentes. Se oía el canto de los pájaros que se bañaban en
la laguna, completamente ajenos a su presencia. A veces remontaban el vuelo
para volver a caer en aquellas aguas limpias y frescas. A un lado se veía una
pequeña cabaña hecha de troncos, que era una verdadera obra de arte. Cubría
todo aquello una bóveda natural hecha con las ramas de enormes árboles que dejaban pasar los
rayos del Sol suavemente.
- ¡INCREÍBLE! ¿Cómo no he visto este lugar
antes?- pensó entusiasmado.
Sacó la llave de su mochila y con el corazón
saltándole en el pecho
se dispuso a abrir la puerta.
Directamente entró en un salón amueblado
modestamente pero muy bonito.
Dejó la mochila en un sillón y se dispuso a
explorar la casa. En realidad, no había mucho que explorar, pues era muy
pequeña.
Justo enfrente de la puerta de entrada, al otro
lado del salón, se podían ver dos puertas cerradas. Decidido, fue hacia la
puerta de la derecha y la abrió; era una cocina, y tras la puerta izquierda
había un pequeñísimo cuarto de baño.
Dio media vuelta y echó una rápida mirada al
salón. Al frente y bajo una ventana, había un sofá, a la izquierda, una
chimenea, en el centro, una gran mesa rectangular con cuatro sillas. La verdad
es que todo era muy sencillo y acogedor.
Empezaba a preguntarse quién habría podido
hacer la cabaña y cómo sería su propietario cuando se dio cuenta de que a su
derecha y encima de una mesa escritorio, que estaba situado bajo un gran
ventanal, había un sobre. Viendo que venía dirigido a él, lo cogió y comenzó a
leer...
Hola Daniel:
Si has llegado hasta aquí y estás leyendo esta
carta, quiere decir que te interesa mi regalo, o por lo menos que sientes
curiosidad, y eso es bueno; la curiosidad es un acicate para emprender largos
caminos.
Te voy a proponer una cosa: Como sé que estás
de vacaciones y tienes tiempo libre, me gustaría que volvieras a esta cabaña
todos los días. Día tras día irás recibiendo visitas de unos seres muy especiales
que te irán contando bonitas historias que tú tendrás que ir escribiendo en el
libro que había en el cofre. No dejes pasar ni un solo día sin anotarlas; eso
es importante. Cuando hayan pasado unos días nos conoceremos, estoy seguro que
tienes curiosidad por saber quién soy.
Desde ahora considera tuya la cabaña.
Recuerda que, si estás de acuerdo, sólo tienes
que dejarme un Sí en el cajón encontrarás papel.
Tu amigo ALBE
Daniel buscó el papel y casi sin pensarlo
escribió un descomunal SÍ, en un folio.
Al fin y al cabo, esto le parecía una bonita
aventura y no creía hacer daño a nadie con
ello.
Echó un último vistazo a la
cabaña y se dispuso a volver a casa, no sin antes dejar bien guardados el libro
y la pluma, y haber puesto la llave en su llavero. Ya se inventaría alguna
historia si alguien le preguntaba de donde era aquella llave.
Pasó la tarde muy agitado. Su
madre no paraba de preguntarle qué le pasaba.
Como su madre siempre le
preguntaba lo mismo, eso carecía de importancia.