Estaba sola, tumbada en la
cama, contemplando a través de la ventana el paso de las nubes.
De vez en cuando, la silueta
de una gaviota que casi rozaba los cristales venía a recordarle que había vida
fuera de las paredes de su casa.
Muy pocos de sus amigos se
había dignado a hacerle una visita, o una corta llamada de teléfono. Agradecía
mucho el detalle de los que lo habían hecho, pero echaba de menos a más de uno
de esos “amigos”. Pensaba que no era mucho pedir un… “Hola, ¿como estás?”
aunque hubiera sido sólo por corresponder a los muchos ánimos que ella había
dado a más de uno en los momentos duros.
Bueno, tampoco pedía ningún
pago. La generosidad no viene con etiqueta ni fecha de caducidad. Cada uno
tenía sus problemas y responsabilidades.
La verdad es que se sentía un
poco olvidada.
Sabía que estos pensamientos eran
sólo a causa de su dichosa enfermedad, y de la tristeza y depre de las que
viene acompañada; por eso mismo sacudió la cabeza como queriendo quitarse de
encima algo molesto y siguió mirando por la ventana.
Pasaban los días despacio,
despacio… parecían cada vez más largos, como si las horas hubieran aumentado el
número de sus minutos.
El dolor que la torturaba
seguía allí, como si nunca fuera a ceder. Cada movimiento, cada respiración era
un gran esfuerzo.
Quería encontrar algún
recoveco de su cuerpo que no le doliera, pero parecía misión imposible. Ya se
había acostumbrado a más de un dolor, pero este que no la dejaba andar, que,
tan sólo el esfuerzo de levantarse de la cama o el sillón para ir al cuarto de
baño se convertía en una odisea, era uno de los que más temía. El sólo hecho de
cambiar de postura en la cama tenía que pensarlo más de dos veces.
Pero la gaviota volaba una y otra vez haciendo círculos ante
su ventana, provocándola con su vuelo.
Su marido la cuidaba solícito
y cariñoso y eso era un regalo del cielo, aunque le costaba acostumbrarse a que
la cuidaran. Ella había sido siempre la que tiraba del carro, la fuerte de la
familia, la que no se permitía decaer ni un momento. Quizás lo que ahora le
pasaba era, precisamente, la consecuencia de ese tirar del carro desde que su
mente recordaba.
Ya había estado otras veces
así, pero esta vez el dolor no cedía, parecía que se iba a quedar para siempre
de esta guisa.
Recordó el cuento del anillo
del rey y vio como grabada en su mente la inscripción de dicho anillo… “RECUERDA
QUE ÉSTO TAMBIÉN PASARÁ”, y
una sonrisa se asomó a su cara.
La valentía de la que siempre
había hecho gala volvió a su espíritu y
se dijo a sí misma que si no pasaba, ya encontraría la manera de vivir con
ello, aprender y convertirlo en una herramienta, como había hecho con todo lo
negativo en su vida.
Como quien despierta de un
mal sueño, se quitó los auriculares de MP3 en el que sonaban las notas lastimeras
de un violín y, como pudo, apoyada en las muletas logró llegar hasta su
escritorio; cogió una libreta y un lápiz y volvió a la cama, en la cual se
acomodó como pudo y comenzó a escribir…
Estaba sola, tumbada en la cama, contemplando a través
de la ventana el paso de las nubes…
Nieves Buscató